sábado, 28 de junio de 2003

Dos muy borrachos


Esta puede ser una mentira. ¿Qué es una mentira? Algo que se sale de la realidad –dirían muchos. ¿Qué es la realidad? Si el ser humano trabaja a partir de las ideas, de sus ideas irreales de la realidad de su propio pensamiento, entonces, ¿cuál es la diferencia entre la mentira y la realidad?

Chilita, la mamá de Álvaro, asegura que lo que estoy contándoles a ustedes, mis amados y mentirosísimos lectores, es totalmente cierto, a pesar de que él le haya confesado, con toda su sinceridad, que durante quince años la engañó –como a todos- en un intento de vana popularidad: es como si una mentira se convirtiera entonces en una realidad. Una realidad que a pesar de creerse mentira, tiene varios testigos que la hacen cierta.

Se ha dicho que hace como quince años, en una noche bastante especial, donde para algunos todo era la esperanza misma, una celebración estaba en todo su esplendor: dos borrachos –más borrachos que los demás borrachos- reían a carcajadas, seguramente –como los gratuitos defensores de oficio opinan- inconscientes del dolor de los parientes de sus amigos de farra.

Los menos borrachos, que luego dizque se pusieron más borrachos que los dos más borrachos, celebraban jubilosos, el haber podido rehabilitarse, gracias al esfuerzo, voluntad y disciplina, del fatídico virus del alcoholismo: a ellos les bastó un solo trago para que se embriagaran, echando a la basura muchos meses y miles de pesos de esa época, en el fallido proceso de desintoxicación. Así, los más borrachos, el hijo de Chilita y Jaime, el hijo de Inesita, terminaron sin que, al menos el primero supiera cómo, en una pretendida clausura zanahoria de la Sociedad de Alcohólicos Anónimos.

Seguramente los dejaron entrar, tal vez para rehabilitarlos también, o quizás porque un desconocido tercero propició aquella gran embarrada: siempre hay un titiritero oculto que maneja los ignorantes títeres –decía preocupada Inesita, tratando de justificar a los dos más borrachos.

Lo peor es que Carlos afirma haber sido un excepcional testigo de los acontecimientos, pues asegura incluso haber estado amenizando el epílogo de la reunión, pocos minutos antes que los acudientes llegaran por sus maltrechos familiares y se formara el escándalo que despertó al cura de la Parroquia de San Nicolás, quien por los gritos angustiados de los impotentes parientes, da fe del hecho cuasicriminal.

Para colmo de males, el hecho es que –según lo afirma Jaime- llevaban una caneca de Aguardiente Blanco del Valle, cuando se vieron en medio de la reunión de clausura de la sociedad, cuyos graduandos no pudieron soportar el jubiloso aroma de este derivado de la caña de azúcar, que, interviniendo sus sentidos, como un poderoso demonio, destiló nuevamente sobre ellos, el veneno de la demencia embriagante.

Como si esto no fuera suficiente, otro amigo de los dos más borrachos, Fernando, quien residía por aquel entonces en las casas vecinas a la sede de la Sociedad, manifestó –con plena autoridad, dado el lugar estratégico donde se encontraba- haber sido otro de los testigos de todo. Afirma que en un principio le pareció muy chistosa la cosa, pero luego terminó llorando… llorando por una novia que ese mismo día lo había echado y luego de haberse emborrachado con todos ellos, inmediatamente después de escuchar a Carlos, interpretando La Cuchilla, en medio del desastre.

Parece ser que los familiares de los, en principio, menos borrachos, rehabilitados no rehabilitados, que juraban sobriedad en medio de la ebriedad, entraron en profunda, triste y agresiva decepción, buscando, como suele ocurrir, el culpable: unos acusaban a la Sociedad, otros a Jaime, otros a Álvaro, algunos a Carlos y los pocos a Fernando. A estos dos últimos terminaron por absolverlos: a Carlos porque manifestó haber estado contratado y cumplía con labores netamente profesionales como músico, y a Fernando, seguramente porque era quien más plata tenía y con él no podía meterse nadie, por temor a Rafael, su hermanito mayor.

Lo cierto de todo, es que, haya sido como haya sido, los matrimonios con esperanza de restaurar habían quedado sin restaurarse; las familias con la esperanza de armonizar, habían quedado sin armonizarse; los hijos por recuperar, habían quedado irrecuperables, y los padres por rehabilitar, habían quedado sin rehabilitarse. Esa es la mayor de las pruebas –enjuiciaba Chilita a su hijo, con lista en mano, señalando uno por uno los nombres de los que se ahogaron en ese río de alcohol y cuyos familiares le habían reclamado por ser la mamá de uno de los más borrachos.

Todo esto se sustentaba aún más, porque al día siguiente de ocurrido el despelote, el domingo, el cura, desde el altar de la parroquia, señalaba a los más borrachos como: dos perversos abortivos de la ciudad, dignos de desprecio y condenación, ejemplos a no imitar, hacedores del mismísimo pecado mortal y herederos de las tinieblas.

Y aún más se afianzaba el relato, porque el lunes, un día después de los calificativos utilizados por el sacerdote, Chepe, el locutor de Ondas del Departamento, la emisora local, denunciaba a los dos más borrachos ante la opinión pública… ciertamente todo el pueblo se había puesto en su contra.

A pesar de todo, desde ese momento, los dos más borrachos, comenzaron a jactarse de su hazaña, y mes tras mes, año tras año, seguían apareciendo testigos, que ampliaban y ampliaban, los comentarios y los detalles de esa noche memorable. Nadie los contradecía, pues era evidente, eso sí, que en 1986, matrimonios, familias, hijos y padres, de un pueblo del Valle, en un proceso fallido de rehabilitación en la Sociedad de Alcohólicos Anónimos, estaban aun hoy, unos perdidos en su vicio, otros muertos y algunos secuestrados: ninguna razón se puede tener de ellos hoy, para ratificar o no la veracidad de los hechos. Hechos que la comunidad entera ratificaba y ratifica aún: Dos, muy borrachos ingresaron a la Sociedad el día de la clausura… las directivas los admitieron queriendo iniciar un proceso con ellos, pero lo que iniciaron fue una borrachera.

Álvaro confesó, quince años después, lo que para él era la falsedad de estos acontecimientos, ante su madre, primero en privado y luego ante los que él consideraba amigos, pero falsos testigos: Jaime, Carlos y Fernando, quienes riendo ante, lo que para ellos era, su absurda preocupación, le dijeron: ¿No será que estabas muy borracho y no te acuerdas de nada?


Álvaro Posse