miércoles, 16 de agosto de 2006

Sin tetas no: hay paraíso


Imagen de efes en Pixabay 

En verdad me siento muy apenado con mi abuelita Mercedes por utilizar como título para este artículo “Sin tetas no hay paraíso”. Por fortuna, no fui yo quien se inventó esta expresión. El verdadero autor es Gustavo Bolívar, que elevándola a categoría de novela, cuenta la historia de unas jóvenes que se entregan a narcotraficantes a cambio de dinero, donde sobresale Catalina, una chica de 17 años, de Pereira, que tiene la particularidad de carecer de senos de gran tamaño. Inspirado en este libro, Caracol TV ha lanzado la serie homónima “Sin tetas no hay paraíso”, que ha crecido en audiencia y en polémica, al punto que ha desatado una controversia que lleva a unos a defender el programa y a otros a atacarlo. Incluso, el alcalde de Pereira se ha pronunciado y en dicha ciudad se anunciaron marchas de protesta. 

Pero el propósito fundamental de este artículo es el de presentar, en nombre de mi abuelita Mercedes, la más sentida y enérgica protesta, no por el libro, ni por el programa de televisión, sino por el repulsivo (para ella) vocablo “tetas”. Argumenta mi abuelita, que tetas no es la palabra más indicada para hablar de… eso. Que a las mujeres se les debe respetar, que hasta dónde hemos llegado, que no hay derecho, que con esto se nota la degradación de la sociedad, que hace falta la cátedra de Carreño en los colegios, que la gente ya no cree en Dios, que el mundo se va a acabar, etc., y todo por culpa del uso de la palabra “tetas”. 

Pues bien a mi abuelita le he cumplido: Cartago entero se ha enterado de su protesta. Lo único malo es que me puso a buscar un sustituto para la palabra “tetas”. En primer lugar me encontré con puchecas, una palabra desconocida para la Real Academia y poco apropiada para rebautizar el título: Sin puchecas no hay paraíso… suena muy mal. En segundo lugar, tuve que ponerme a buscar algunos sinónimos. Por ejemplo, qué tal si en vez de tetas utilizáramos senos. De los sinónimos de tetas los senos se constituyen en la expresión más elegante. De hecho cuando un niño pequeño dice tetas, es corregido en el acto por su madre reprendiéndolo: No se dice tetas, se dice senos. Lo malo, es que tampoco suena para nada esta expresión modificada: Sin senos no hay paraíso… 

Entonces, al buscar en el diccionario la palabra senos, encuentro otros dos sinónimos: mamas y pecho (de la mujer) y con ellas organizo de nuevo la expresión, pero me encuentro con un bochornoso Sin mamas no hay paraíso, que agregándole una tilde serviría en Mayo para celebrar el día de la madre con Sin mamás no hay paraíso. Y peor aún, Sin pecho no hay paraíso, que suena bastante seca y sin mamas. 

Con las tetas sustituidas sin éxito por puchecas, senos, mamas y pecho, encontré el último de los sinónimos: se trata de una palabra que suena como pieza de carnicería y órgano estudiado por veterinarios: la palabra ubres, con la cual mi abuelita quedaría totalmente perpleja al escuchar Sin ubres no hay paraíso, porque en nuestro medio al hablar de ubres, nos imaginamos de inmediato los senos, mamas y pecho de las vacas. Así que, al encontrarme de nuevo con mi abuelita, tuve que decirle: Abuelita, después de mucho intentar con puchecas, senos, mamas, pechos y ubres encontré en el diccionario una definición acorde para todas ellas: “En los mamíferos, cada una de las tetas de la hembra que son órganos glandulosos y salientes y sirven para la secreción de la leche”. Así que, Abuelita, lo siento: Sin tetas no: hay paraíso. 

Álvaro Posse               

martes, 15 de agosto de 2006

Desagravio a La Vieja y a La Virgen

Imagen de Alexa en Pixabay 

En la cotidianidad convivimos con cosas bastante feas que, aunque evidentemente son horribles, la costumbre nos ha obligado a aceptarlas, sin que exista ninguna resistencia hacia ellas. Por ejemplo, y en primer lugar, nuestro bello Río La Vieja, que a pesar de ser uno de los principales afluentes del Cauca, servir de límite a los departamentos del Quindío, Valle y Risaralda, tener una longitud de 750 km. y una cuenca de 2.925 km. cuadrados, donde desembocan 23 ríos, riachuelos y quebradas, en medio de un paisaje natural extraordinario, se le denomina ¡La Vieja!

A tan hermoso e importante Río, ¿cómo pudo habérsele bautizado como “La Vieja”? Seamos sinceros: queremos mucho nuestro río, pero su nombre no es el más sonoro, la fealdad con la que se identifica es indiscutible y la percepción estética del responsable de su bautismo es bastante cuestionable: dicen que se llama así, en recuerdo de una mujer adulta mayor, cuyo pecado era el de estar recogiendo oro del río, en el momento preciso en que varios españoles pasaban por el lugar, teniendo que soportar, según la tradición, un momento inimaginablemente dramático, luchando en vano, hasta morir, tratando de defender sus pertenencias y su vida… los conquistadores no eran muy persuasivos que digamos. A esa mártir aborigen y a su río, la historia y la leyenda los señala como La Vieja.

En segundo lugar, según los relatos bíblicos la Virgen María jamás se mostró como una mujer histérica, ni siquiera en los momentos más difíciles de su vida, como por ejemplo en medio del profundo dolor que sintió en la crucifixión de su hijo, observando, en primera fila, un espectáculo sencillamente bestial. A pesar de su carácter, nuestro hermoso Himno Nacional en una de sus estrofas anuncia que La Virgen sus cabellos arranca en agonía. No nos digamos mentiras: esta es una porción lamentablemente fea de nuestro Himno.

Basado en los dos ejemplos anteriores, me atrevo a creer, que la mujer que sí pudo haberse arrancado los cabellos en agonía, mientras le robaban el oro y terminaban con su vida, fue la vieja del Río La Vieja y no la Virgen. Con esto, queda muy fácil proponer un desagravio, tanto para la vieja como para la Virgen: a la primera, para que sea recordada a nivel nacional y, a la segunda, para eliminar el tinte de histeria que Rafael Nuñez, autor de la letra del Himno, le quiso imprimir. Muy fácil: basta con modificar un verso en el Himno Nacional sustituyendo La Virgen sus cabellos arranca en agonía por La Vieja sus cabellos arranca en agonía.

Y aunque esto no soluciona la fealdad del nombre del río ni del verso señalado del Himno Nacional, serviría para que, cuando un niño llegue a escuchar La Vieja sus cabellos arranca en agonía y pregunte el porqué, se le pueda explicar la historia de la vieja que recogía oro, que fue asaltada, despojada y muerta. Pero que, además La Vieja (como río) se sigue arrancando los cabellos, metafóricamente hablando, al ser contaminada por los desechos de varias ciudades, entre otros varios atropellos que los seres humanos, a pesar de vivir en pleno siglo XXI, siguen cometiendo…


Álvaro Posse