Cuando me contaron que se había aparecido el Sagrado Corazón en el
barrio San Gabriel, mi primera reacción fue la de negarlo, argumentando que no
era posible que un músculo cardíaco anduviera por ahí sin contar con el cuerpo.
Preocupadas por lo que dije, mi mamá y mi tía salieron presurosas a
documentarse más sobre el hecho. Al cabo de unas horas llamaron a mi celular,
algo indignadas: “¡Pues mijito, no está sólo!” –dijeron. “¿Y con quién más
está?” –pregunté confundido. “Pues con el resto del cuerpo, bobo”-contestaron.
Pasaron como dos largos y tenebrosos segundos de silencio sepulcral hasta que
me vi en la obligación de preguntar de nuevo: “¿quién?” -“Pues el Sagrado
Corazón, ¿de quién estamos hablando?”-aclararon otra vez. “¿Y lo vieron?”- hice
esta última pregunta para recibir como respuesta: “¡No, pero dicen que se ve
claramente aunque está borroso!” y me colgaron.
De inmediato recordé que, más o menos, en 1984, regresando de un
delicioso viaje nocturno y terrestre desde Bogotá, de esos que trasladan los
riñones a la nuca, me topé a las 8 AM con una multitud de curiosos que luchaba
con ferocidad por tocar una de las paredes del Edificio del Banco Popular, en
pleno parque de Bolívar. Por supuesto, y aunque no me interesa para nada el
chisme, aclaro, tuve que detenerme para indagar, qué era lo que estaba pasando.
Uno de los integrantes del tumulto, algo tembloroso, agitado, sudoroso, ansioso
y con lágrimas en los ojos que no lograban ocultar su mirada de inusual gozo,
me respondió con voz entrecortada: ¡Se apareció el Señor en
Como ocho días después, ya recuperado, pero con la pre-diabetes que me
acompaña desde entonces y como consecuencia del terror que alcancé a sentir, me
atreví a pasar de nuevo por el parque: “Ese tumulto se acabó porque a un
campesino que llevaba una gallina se la trataron de robar y comenzó a dar
machete… además el pintor S.S.E.C. fue el que retocó las vetas de la pared…”
–me contaron. Me detuve entonces como dos horas, en contemplación artística
frente al exsanto muro, mientras los transeúntes sonreían ante mi presencia
asombrada.
Y bueno, ahora resulta que todos me preguntan: “¿Ya fue a ver el
Sagrado Corazón a San Gabriel?”, a lo que sin duda tengo que responder: “Lo
siento, no puedo ir, razones médicas me lo impiden. La última vez que asistí a
algo parecido, la gallina de un campesino me produjo un desorden en el páncreas
y un vacío contemplativo de dos horas, de los que nunca pude sobreponerme.
Mejor vaya usted, de pronto no le pasa nada”.
Álvaro Posse