domingo, 1 de octubre de 2006

El celular de mi mamá


22 millones de celulares tienen los colombianos. Uno de ellos es el de mi mamá… El celular de mi mamá es, con absoluta seguridad, el celular más inútil de Colombia. Si usted quiere hablar con ella, por ejemplo, le recomiendo que NO la llame al celular, porque lo más probable es que lo tenga en el cuarto, encima del televisor viejo y debajo de una deliciosa carpeta bordada: tendría que estar usted muy de buenas, para que la ubicación de mi mamá coincida con la del celular. Ha sido difícil darle a entender que el celular, a diferencia de los teléfonos fijos, es móvil, y por tanto, puede ser llevado a cualquier lugar: -¿A cualquier lugar? ¡Mentiras! –le respondió a mi hermana cuando se lo dijo, por primera vez, hace ya un par de años…

Pero a mí, que soy el mayor de sus hijos, cierto día me hizo caso y comenzó a llevarlo consigo, durante algunos pocos días, a todas partes. Así y con mucho entusiasmo, en el costurero que comparte con sus amigas, tuvo la osadía de contarles sobre su celular, pero ninguna de ellas la llamó: mis hermanos y yo le preguntamos entonces que cómo se sentía al respecto y dijo que indignada con ellas, preguntándose cómo era que no habían sido capaces de tomar el directorio telefónico para buscar su número… cuando se enteró de que su celular no aparecía en el directorio, calificó de inútiles a los operadores celulares. Así que, comenzamos a llamarla repetidamente, para que no fuera a deshacerse del aparato…

Pero cometí un error: le puse un mensaje de texto sin advertirle que existía esta opción: comenzó a sonar el aviso del mensaje mientras ella, casi desesperada, decía una y otra vez: ¡Aló, aló, aló, aló! Por supuesto, nadie le habló… -Equivocación –dijo. Con lástima y desesperanza, mi hermano tuvo que dedicarle un poco más de 1 hora para sensibilizarla del adelanto tecnológico que estaba en sus manos… por aquel entonces, cada uno de sus hijos, recibíamos, al menos, cinco mensajes cada día, con textos como: “Ya voy a salir”, “Llegaron los servicios”, “El mono volvió con Catalina”, “Daniela se hizo pipí”, “Estoy descongelando la nevera”, entre otros, todos de gran valor informativo, sin duda…

Pero llegó el día de la crisis, precisamente cuando más apegada se encontraba a su celular: en una reunión familiar celebrada en la casa del tío Ramón, al escuchar sonar otro teléfono, se percató de la desaparición del suyo… lo buscamos por todas partes: debajo de los muebles, en los armarios, en la sala, en el comedor, en la cocina, dentro de la estufa, dentro del refrigerador, en los baños, al interior de los tanques de los inodoros, en el cielo falso, en los cajones de las mesas de noche, de los escritorios, en todas partes… ¡el celular se me perdió! –exclamaba con angustia. Cuando ya algunos comenzaban a acompañarla en su dolor asistiendo al duelo y otros celebraban en silencio respetuoso la inexplicable desaparición del artefacto, apareció su esposo, Oscar Vallejo, mirándola fijamente, con una sonrisa entre burlona y regañona, entregándole el aparato y diciéndole: Lo dejó en la casa.

Desde entonces, el celular reposa en su puesto inicial: en la parte superior del televisor viejo, donde permanece siempre conectado al cargador y puesto sobre la señalada y deliciosa carpetita bordada, de esas que tanto le gustan a las abuelitas…

Álvaro Posse