martes, 7 de octubre de 2003

La cucaracha

 

Imagen de Giampiero Ruggieri en Pixabay

Érase una vez un niño, que en su sabio entender y sospechoso creer, soñaba y soñaba y soñaba. Y mientras soñaba, imaginaba soñando, no sin sufrir dolores de muerte, que un buen día, al levantarse y mirarse al espejo del baño, se había transformado en un pequeño niño filósofo.

Y se vio tan claramente como él, que creyó serlo. Y al ser, y por tanto entender, soñaba y soñaba y soñaba. Y mientras soñaba, imaginaba soñando, no sin sufrir las penas filosofales, que el mundo verdadero era asequible a él: un sabio, piadoso y virtuoso. Estando convencido de esto, un buen día, al levantarse y mirarse al espejo del baño, se había transformado en un pequeño niño filósofo, religioso y medieval.

Y se vio tan claramente como él, que creyó serlo. Y al ser, y por tanto entender, soñaba y soñaba y soñaba. Y mientras soñaba, imaginaba soñando, no sin sufrir las penas filosofales, religiosas y medievales que el mundo verdadero era inasequible por ahora pero prometido a él, por ser un sabio, piadoso y virtuoso pecador penitente. Estando convencido de esto, un buen día, al levantarse y mirarse al espejo del baño, se había transformado en un pequeño niño escéptico y königsburguense.

Y se vio tan claramente como él, que creyó serlo. Y al ser, y por tanto entender, soñaba y soñaba y soñaba. Y mientras soñaba, imaginaba soñando, no sin sufrir las penas escépticas y königsburguenses que el mundo verdadero era inasequible, indemostrable e imprometible, aunque por haberse pensado era para él un consuelo, una obligación y un imperativo. Estando convencido de esto, un buen día, al levantarse y mirarse al espejo del baño, se había transformado en un pequeño niño positivista bostezando la razón por primera vez.

Y se vio tan claramente como él, que creyó serlo. Y al ser, y por tanto entender, soñaba y soñaba y soñaba. Y mientras soñaba, imaginaba soñando, no sin sufrir las penas positivistas de bostezar la razón por primera vez, dudaba si el mundo verdadero era inasequible, aunque ciertamente inalcanzado y desconocido, por tanto, y para él, ni consolador, ni redentor, ni obligante. Estando convencido de esto, un buen día, al levantarse y mirarse al espejo del baño, se había transformado en un pequeño niño que se creía ruidosamente endiablado por los espíritus libres.

Y se vio tan claramente como él, que creyó serlo. Y al ser, y por tanto entender, soñaba y soñaba y soñaba. Y mientras soñaba, imaginaba soñando, no sin sufrir las penas ruidosamente endiabladas por los espíritus libres, que el mundo verdadero era una idea que ya no servía para nada, desobligante, inútil, superflua, refutada y digna de eliminar. Estando convencido de esto, un buen día, al levantarse y mirarse al espejo del baño, se había transformado en un pequeño niño del mediodía de la estupidez de la sabiduría humana.

Y se vio tan claramente como él, que creyó serlo. Y al ser, y por tanto entender, soñaba y soñaba y soñaba. Y mientras soñaba, imaginaba soñando, no sin sufrir las penas del mediodía de la estupidez de la sabiduría humana, que el mundo verdadero, al ser eliminado hace una pregunta: ¿qué mundo ha quedado? ¿El aparente?... ¡No! Porque al eliminar el mundo verdadero se elimina también el aparente. Estando convencido de esto, un buen día, al levantarse y mirarse al espejo del baño, se había transformado en una cucaracha.


Álvaro Posse